A propósito de los tamales de cada 2 de febrero
Generalmente envueltos en hojas de mazorca, de planta de maíz, de plátano, de papatla, de hierba santa, entre otras, y servidos “encuerados”, la diversidad de este platillo enlista peculiares ejemplares, como los tamales barbudos, típicos de Sinaloa, en cuyo interior se agregan camarones con cáscara; los de Judas, elaborados con masa de maíz rojo y endulzados con miel piloncillo, degustados en Semana Santa; los tontos, hechos de pura masa cocida al vapor y sin condimento alguno –sea anís, sal o manteca–, con los que se acostumbra comer el mole prieto; las corundas purepechas preparadas al vapor en olla de barro que acompañan el churipo, guiso tradicional michoacano; los juacanés, tamales de frijol con camarón de origen zoque; los toropintos de la costa chiapaneca, hechos con frijol camagua o petejul; los úgui, de origen otomí, envueltos en hoja negra de maíz y elaborados con canela, piloncillo y anís; los de ancas de rana, elaborados en los llanos hidalguenses de Apan, en los alrededores de la laguna de Tecocomulco; los piques de la Huasteca, con los que se acompaña un rico café por la mañana o por la noche; el colosal zacahuil, hecho con la carne de todo un puerco o la de varios pollos, el cual forma parte de la tradición fúnebre huasteca... entre muchos, muchos más; varios de ellos descritos en el Diccionario del náhuatl en el español de México (2009), de Enrique García, Enrique Rivas y Librado Silva, coordinado por Carlos Montemayor.
En Coyoacán tiene lugar la tradicional feria del tamal, en el marco
de la tradición capitalina de la Candelaria.
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