La tierra del Rey
Aquello era un
inconmensurable prado que evocaba serenidad y brindaba resguardo a sus
huéspedes; un lugar que por lo narrado en las crónicas indígenas incitaba a
habitarlo. Eran tiempos prehispánicos y por
estas historias podría deducirse que sobre sus linderos hubo pobladores desde
el siglo XII; leyendas de toltecas, la llegada de la
séptima tribu nahuatlaca, la última parada de los mexicas tras su peregrinar
desde Aztlán hacia mediados del XIII...
Era
Chapultepec-Techcatitlan-Hueytenango[1] con sus inmediaciones de
prolífica vegetación. El sitio donde le fue construido un castillo a
Nezahualcóyotl o el que Moctezuma consideró un lugar sagrado. Y quizá en el
siglo previo a la conquista fue cuando este espacio siempre productivo por su
fertilidad y verdor dejó de ser un lugar empoderado para convertirse en un
referente de poder y descanso en los siglos sucesivos.
Consumada la
conquista española en 1521, cuando la fiesta de San Hipólito (misma iglesia que
hoy es casa de San Judas Tadeo), Hernán Cortés empezó la planeación de la nueva
capital, cuyo trazo desecó algunos cauces y apagó parte de los vestigios de
aquella civilización. Y a pesar de los cambios, la historia del bosque de
Chapultepec acumularía nuevas anécdotas en menos de un lustro. Justo en un
documento de 1525 del Cabildo Municipal se asienta la primera referencia de un
molino edificado por Hernán López de Ávila en la zona de Tacubaya, a quien se
le permite construir un canal o zanja junto al río, es decir, un
herido de agua.
1519-1521 The Conquest of Mexico
Aquel trapiche
ocupó el parte del territorio del que después sería llamado Molino del Rey o
del Salvador. Tampoco se sabe con exactitud quiénes fueron sus propietarios
hasta antes de 1550; sólo que era de investidura real y quizá en un tiempo de
Hernán Cortés. Ese año pasó a manos del regidor Ruy González, acumulando a
partir de entonces una serie de heredades, pero manteniéndose el común
denominador en cada etapa: la cualidad de productiva y rica hacienda al
servicio de ciudadanos acaudalados.
Don Cristóbal
Gudiel y después Alonso de Alcocer sucedieron al regidor como dueños del
inmueble antes de que cayera en manos del terrateniente Juan de Alcocer, hijo
del segundo, quien terminaría perdiéndolo en un primer embargo hecho por el
Tribunal de la Santa Cruzada[2] debido a las deudas de éste a razón de unos
préstamos, incumplidos al día en que lo alcanzó la muerte, pero que por
intercesión de su viuda, doña Guiomar de Ábalos y Bocanegra, pudieron
mantenerlo unos años más tras haber pedido permiso para arrendarlo. Sin
embargo, su pérdida definitiva y posterior subasta se daría tras la muerte de
ella.
José María Velasco, Valle de México tomado cerca de Molino del Rey (detalle), 1900, óleo sobre tela, Museo Nacional de Arte/INBA
(Digitalización: Raíces). Tomada de: http://www.arqueomex.com/S9N5n4Esp35.html (consultado el 19 de febrero de 2014)
En la almoneda,
Antonio Urrutia de Vergara adquirió el Molino del Rey y otras propiedades
pagando la correspondiente suma con pesos de oro común. En éste y otros molinos
de Chapultepec, más algunas parcelas de Tacubaya y Santa Fe, fundaría el
segundo de tres mayorazgos, aunque con
el tiempo pidió que el trapiche del Rey fuera integrado al primero. Con él se
edificaron inmuebles que servían de descanso.
A su muerte, sus
bienes fueron heredados a las siguientes generaciones hasta la primera mitad
del siglo XVIII, cuando una de sus descendientes casó con Juan Javier
Altamirano, VI Conde de Santiago de Calimaya, llegando así el distinguido apellido
Altamirano a la historia del molino. Y nuevamente, con el casamiento de una de
sus descendientes, Ana María Gutiérrez Altamirano, con Leonel Gómez de
Cervantes y la Higuera, llegó el turno de los Cervantes, ricos también,
extendiéndose el realce del lugar al amparo del poder económico y social.
Por oficios e
inventarios citados en distintas fuentes historiográficas se infiere que la
proporción de los molinos de Chapultepec eran mayúsculas, lo cual encarecía su
manutención, incluso que el del Rey era prácticamente un centro neurálgico, mas
no cejaban los esfuerzos por mantenerlo como un lugar de remanso, producción y
poder, aunque en muy pocos años, desde los albores de la independencia de Nueva
España y hasta los primeros años de la lucha, iniciaría periodo crítico.
[1] En el pasado prehispánico
era recurrente que los topónimos
fueran compuestos por dos o tres palabras; éste
era con el que llamaban a Chapultepec.
[2] Instancia encargada de
procurar el debido uso de las bulas y embargar a los deudores. En F. Muñoz
y J. Escobosa, Hitoria de la Residencia Oficial de Los Pinos, México, FCE, ¿2002?, p. 26.
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