martes, 4 de febrero de 2014

De la ciencia al arte

De hospital para sifilíticos a academia de artes

Muchos conocemos hoy, o por lo menos hemos oído nombrar a la Academia de San Carlos, un lugar para la enseñanza del arte enclavado en el centro de la capital mexicana, más o menos a espaldas de Palacio Nacional. Sin embargo, me aventuro a pensar que un tanto menos imaginamos lo que ahí ocurrió previo a la llegada de las artes. 

Resulta que tras la conquista de los españoles a Nueva España en 1521, las culturas que ahora departían en la joven Ciudad de México buscaban las formas y los medios para congeniar en costumbres. A la par, también llegaban diferentes modelos de organización social, de comercio, de estructura política… y también enfermedades, como el mal venéreo.

Así, a instancias del obispo de la capital novohispana, fray Juan de Zumárraga, y con la anuencia del rey Carlos V, hacia 1539 se dispuso la fundación de un hospital que atendiera a los llagados por este mal: el hospital del Amor de Dios, puesto bajo la advocación de San Damián y San Cosme. Después, en cédula real expedida en Madrid el 29 de noviembre de 1540, se da el patronazgo al obispo, y el 13 de mayo de 1541 se verifica jurídicamente su escrituración. Zumárraga dispondría que la catedral metropolitana –a cuyo costado se ubicaba entonces– lo sostuviera y que se destinara el noveno y medio de los diezmos para su manutención.

Aunque ya había varios nosocomios, como el Hospital Real de Indios o el de Jesús, ninguno tenía cómo brindar las unciones a los sifílicos; ni abasto ni condiciones. Crónicas de la época narran que muchos conquistadores padecieron de bubas. “Era tan general el mal venéreo, que se miraba como una nota en todo hombre honrado, la falta de los achaques de esa enfermedad”, dejó escrito el médico español Cárdenas en publicación de 1591.

Con el paso del tiempo, el hospital sumó otras contribuciones provenientes de rentas, pero a dos siglos de haber sido fundado se mantenía con gran esfuerzo, pues los gastos para nada eran mínimos, empezando por el alto salario del administrador general (más de mil pesos anuales), que mucho se diferenciaba del que obtenían afanadoras, cocineras, atoleras, lavanderas y demás personal de servicio (menores a 80 pesos). Con cerca de 150 camas para los contagiados, funcionaría hasta mediados del siglo XVIII. Mayordomos, capellanes (Carlos de Sigüenza y Góngora fue uno) y los obispos quedaron a cargo.

Quizá por las trastabillantes condiciones políticas y sociales que vivía la nación mexicana, el sanatorio real del Amor de Dios decayó. Las unciones no podían brindarse más y los enfermos fueron enviados al Hospital de San Andrés, en la actual calle Tacuba. El 1 de julio de 1788, día del traslado, también quedaron cerradas sus puertas. Pocos años después recibiría a la hoy llamada Academia de San Carlos, que para mí, es simplemente un lugar entrañable.

 
Interior de la Academia de San Carlos durante una ceremonia de 
titulación; por ahí ando yo, casi en primer plano. Invierno de 2012.

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