miércoles, 12 de febrero de 2014

Nuestra lengua viva

De la cotidianidad a la lengua

Si alguna vez ha escuchado o le han llamado cochino ha fraternizado con uno que otro cuate, se ha llevado un itacate de casa de sus parientes, se compró unos cacles, y hasta si conoció o ha oído hablar de El Ahuizote, un periódico del siglo XIX, quizá le ocupe saber de dónde provienen estos términos que algunas personas se han  encargado de chotear.  


 Anónimo, "A propósito del 30 de julio", en El Hijo del Ahuizote  (Dir. Néstor González), 
núm. 757,5 de mayo de 1901, México

Por ahí de tiempos prehispánicos, mucho antes de la llegada del conquistador español Hérnan Cortés y huestes que lo acompañaban, la civilización vigente cinceló un universo que muchos siglos después sigue latente por medio de sus suntuosas expresiones arquitectónicas, religiosas, astronómicas... presentes en muchos rincones del país, además de las que nos competen aquí: las lingüísticas, que sin embargo, mucho tendríamos qué hacer para explorarlas 'todititas', así que sólo abrevaré algunos nahuatlismos (palabras del náhualt).


Huarache, zapato típico mexicano

Resulta que los antiguos pobladores llamaron cochini (dormilón) a los cerdos que trajeron los españoles a nuestra porción de América, pues siempre estaban dormidos; un cóatl (gemelo, individuo o persona cercana) era para la sociedad de aquella época lo mismo que para la actual; el ihtácatl era ese conjunto de provisiones que se llevaba a un viaje largo o simplemente a casa; el cactli era la sandalia, hoy zapato; Ahuítzotl, como el "nombre de un gobernante mexica al que se atribuía crueldad extrema", expresada esta última mediante la crítica mordaz contra el aparato político hecha por el periódico citado líneas arriba; y finalmente xochtía para referirse a algo que no debía tomarse ya en serio porque se ha desgastado o se ha vuelto algo frívolo.

Si nos sumergiéramos "a nuestras anchas" en el origen de lo que decimos, encontraríamos una vastísima realidad en la que cada palabra de nuestra lengua únicamente se integra para definirla. Por tanto, abrazar las raíces del español actual -de México por lo menos-, andar por los vericuetos de nuestra tradición oral y aprehendernos de nuestra cotidianidad, no deja de ser tan apasionante como sorprendente. Y en este mismo cuento, otro día les platico sobre el coco y el tlacuache, esos seres a quienes temen los niños, o el el chintamal, nuestros tianquiztlis o los habituales trácalas.

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